domingo, 1 de septiembre de 2013

Familiogía: Ciencia del Siglo Veintiuno

La dinámica familiar es una materia de estudio minucioso, una disciplina en donde hombres y mujeres avezados al sacrificio entregan su tiempo en realizar numerosas investigaciones, tesis, experimentos teórico-práctico y ensayos para descubrir el misterio de la matriz del núcleo de la sociedad: Familia. Estos familiólogos se encargan de la difícil tarea de solucionar la problemática familiar. Estudios de aproximadamente 10 a 15 años, con maestrías en Maternidad y Administración y doctorados en Ciencias de la Paternidad. Además llevan estudios paralelos en Psicología del Hijo y Realidad Fraterna. Personas totalmente capacitadas en entender y analizar la mente de cada uno de los miembros que constituyen la familia promedio. También hay Familiólogos especializados en diferentes áreas que comprende ésta. Las especialidades son varias (Familiogía Disfucional, Familiogía Monolésbica, Familiogía Adoptiva, Familiogía Clínica, etcétera, etcétera) el motivo por el cual no se pueden mencionar todas en éste pequeño texto. Una profesión que ha remplazado a la psicología de las primera décadas y las ideas filosóficas-religiosas primitivas. Una carrera que es el pilar de nuestra nueva sociedad moderna, light y cool. Nuestra sociedad free-sugar y 0% grasas trans. Estos distinguidos profesionales realizan tratamientos perfeccionados a través del tiempo y la entrega de varios humanos de tan excelente calidad. Antes, estos efectos duraban entre 1 a 2 semanas, ahora, el efecto de las terapias para refinar las relaciones intra-familiares duran entre 4 a  6 semanas. Nuestros héroes trabajan sin parar para lograr que los roles familiares se desarrollen con total perfección, por ahora...sólo queda aparentar.



Y ahora...una canción



sábado, 31 de agosto de 2013

Unas manos callosas y la foto del recuerdo


Entre recuerdos y papeles amarillentos están las fotografías. Escondidas recelosamente en el ático de la casa que nunca fue habitada van a parar estas situaciones utópicas capturadas por un artefacto que resulta ser el ojo de la revolución industrial. Más eficaz que la memoria, nos permite sepultar cualquier pasaje y vivir sin el pequeño calvario instituido en los párpados, una total comodidad. En el lente se crea un mundo paralelo en donde los muñecos de porcelana se burlan de los que se quedan absortos, flagelados por la visión de lo-que-jamás-será. La pequeña franja que divide lo ilusorio y lo real cabe en la palma de la mano.  Entonces uno lleva en la billetera la corona de espinas para sacarla de cuando en cuando y llorar totalmente en silencio. Poco a poco la mano va notando esa sensación pegajosa de esencia vieja y cansada que se apodera de toda su suficiencia. Entre los dedos está penetrando el sentimiento apolillado del olvido. De la palma de la mano comienza el surgimiento de los actores enterrados y carcomidos por los gusanos del tiempo. Arrugas y uñas blanquiñosas que son acariciadas por el humo del cigarrillo a la mitad. Dedos que imitan a las ramas caídas del cerezo por la debilidad de su corteza. La mano es otra mano, se forma una película de terciopelo y ya no es capaz de frotarse los ojos de consuelo e impotencia. Los Fotógrafos se vuelven semi-dioses. Sólo son pequeños vástagos de Zeus que apenas se les permite rozar con las yemas de sus dedos pecaminosos las faldas de mármol del Olimpo. Sólo enviados a esta tierra de nadie para vivir con pena y sin gloria entre los condenados.

Mi naturaleza me obliga a rebuscar entre objetos olvidados, a inmiscuir en los mausoleos y tumbas del cementerio de los abandonados y arrinconados en las grietas de la memoria. Puro gusto, nada más. Mi condición me tomo ávidamente de la mano y como una niña me llevó delante de ese libro donde encontré el ventanal hacia los orígenes. Cien años de Soledad, qué gracioso. Las hojas doradas me abrieron las puertas del cielo y los querubines susurraron en mis oídos los secretos que el universo había escondido en el lunar de mi mejilla. Preguntas se hicieron y la historia que nunca fue contada, cubierta con palmas y hojas de olivo, comenzó a resurgir de la muerte con olor a fruta madura. Comenzó a andar desprevenida cual cucaracha en verano. Una intravenosa rápida de Valium para sedar cualquier remordimiento, cualquier culpa. Una sobremesa interminable. Los años dorados de una familia enterrada en su propia ignorancia, arena y arroz con leche del mediodía. Ahí está, en una habitación oscura. Las generaciones próximas ignorarán este desatino cometido en el pasado, ignorarán la angustia. Probablemente serán felices. Tonta, tontísimamente felices. Ipso facto, cae una marea de polvo para jamás hablar del tema. Cuando se trata de familia, es mejor no cuestionar.

Pasaron 63 primaveras desde que se tomó la foto. Lo bueno de todo es que nadie se suicidó. Están terminantemente prohibidas las faldas cortas y suicidarse en primavera. Las flores son demasiadas lindas como para opacar su color pastel con la gamuza que crea la sangre fresca. Seguro fue tomada en Chosica o Arequipa. A nadie le interesa saber. El reloj es maldito, y ahora las realidades de los fotografiados son otras. La decadencia de la vejez es inminente. El oficio que desempeña el destino es de dramaturgo. Unos murieron, otros vivieron. Salen a vagar cual alma en pena para dejar que sus figuras roídas por los años y árboles viejos y resecos se confundan en medio de la niebla, para que nadie les moleste. Con los cabellos destruidos, en estado invernal. La piel de gasa que alguna vez tuvieron ya nunca volverá. Ahora es papel crepé, ahora es venosa y colgante.  Disfrutando de los placeres seniles; rezar y comer fruta mientras hacen el esfuerzo de leer el periódico. Ya están casi sordos, ya casi ciegos, ya casi todo. El espejo es una tortura, escarbando en la piel los restos de la juventud que hace tiempo abandonó su ser con su tacto miserable. ¿Ven? Y es que la vida es un cigarrillo que termina como una colilla mojada y pisoteada, agonizando sobre el pavimento. ¡Pero no hay de qué alarmarse! La memoria juega ajedrez con la verdad y siempre gana. Existe la tentadora alternativa de arrojar la fotografía al fondo del cajón más inútil. El olvido siempre será una opción. Eso es lo que hice, la lancé de un precipicio para nunca verla más y es que usted no está leyendo nada porque este relato nunca se escribió.